Cualquier
generalización es tremendamente injusta y en muchos casos es
inevitable que conduzca a errores de fondo, malversaciones
conceptuales y mixtificaciones varias, cuando no a la más profunda
estupidez. Tomar un grupo humano, separarlo del resto y dictar
perfiles pseudopsicológicos es quizás la peor de las
generalizaciones. Las ciencias sociales, entre ellas la ciencia
económica, la mercadotécnia, y como no, la sociología, han
incorporado a su rutina de trabajo estadísticas y encuestas sobre
el terreno un instrumento para sus estudios y teorizaciones. Pero
las encuestas no siempre arrojan toda la verdad sobre el tema
abordado; para empezar por que la verdad es un concepto escurridizo,
pero sobre todo por que hay un montón de factores que pueden
distorsionarla. ¿Qué cree que responderían muchos hombres si le
preguntan sobre su capacidad para satisfacer a sus parejas sexuales?
¿Cree que el anonimato les hará más sinceros? Pero lo peor es que
al fin y al cabo, una estadística es un cálculo realizado a partir
de generalizaciones, la mayoría de las veces extrapolando datos a
partir de muestras de población que siempre serán forzosamente
pequeñas. No pretendo cargarme de buenas a primeras la ciencia
estadística. Los que se dedican a ella ya avisan que sus cálculos,
a veces intrincados y extremadamente complicados, solo pueden servir
como una estimación. Ellos mismos, merced a sus métodos, son
capaces de calcular incluso el porcentaje de posible error de estas
valoraciones que realizan. Y algo deben tener de útil, porque es
cierto no siempre aciertan en las estimaciones de voto, como todos
sabemos, pero aún así nos ayudan a comprobar muchas cosas por que
son herramientas de aproximación eficaces. Gracias a las
generalizaciones que nos proporcionan, los expertos de márqueting
estudian nuestros hábitos y deseos profundos, logran saber a qué
edad comienzan los adolescentes a mantener relaciones sexuales ,
consiguen descubrir por qué una camiseta se vende más si Cristiano
Ronaldo la ha llevado antes en una entrevista en la televisión. Los
sociólogos interpretan los factores del cambio generacional y los
economistas predicen movimientos bursátiles que les hacen ganar
miles de millones. El mundo es así. A pesar de todo generalizar
funciona y lo hemos seguido manteniendo, por que nos hace el mundo
más fácil. Al fin y al cabo la idea parece estupenda: reducir el
mundo conocido a unas cuantas ideas y concepciones básicas y
manejables, aderezadas con algún que otro prejuicio mal encubierto.
Desde
la publicación de aquel inefable volumen “Los hombres son de Marte
y las mujeres de Venus”, cuando se habla de hombres y mujeres se
generaliza sin medida, y muchas veces con intereses partidistas.
Libros como estos nos quieren hacer creer que las mujeres son más
inteligentes, más sensibles, más amables, y más sociables que los
hombres, quienes, en cambio, son zafios, groseros, competitivos,
agresivos, y suelen tener una menor capacidad verbal. Aquel que haya
vivido un divorcio conflictivo con niños de por medio podrá
confirmarnos cuánto hay de sociabilidad, amabilidad y sensibilidad
enel resentimiento profundo con el que muchas mujeres batallan para
conseguir las mejores condiciones, muchas veces abusando y hundiendo
a quien en otro momento fue su pareja y en la actualidad es padre de
sus hijos. Y si algún premio Nobel de literatura está leyendo estas
humildes líneas, seguramente se está riendo de la cacareada “falta
de habilidades verbales” tan supuestamente masculinas. Y, qué
demonios, ¿qué hay de inteligente en pasarse tres horas en el
probador de un centro comercial o saberse cuántas calorías tiene
una uva?
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